EDITORIAL
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30 dic. 2014 18:39H
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Si alguien esperaba que la sanidad iba a tener un año tranquilo cuando empezó 2014 no podía haber estado más equivocado. La sucesión de noticias, polémicas y puntos de interés ha sido ciertamente considerable, lo que ha elevado un poco más el alcance generalista de un sector que está abandonando a toda prisa su secular posición marginal para convertirse en uno de los centros obligados de referencia informativa.

Y ello a pesar de que, en materia legislativa, estos 12 meses pueden considerarse como atípicos. Como atípico ha sido el hecho de que solo hayan tenido lugar dos consejos interterritoriales: uno antes del verano, monopolizado por la reforma del aborto, y otro extraordinario, monográfico del ébola. El tercero se suspendió por la dimisión de Mato y del cuarto anual nunca se supo.

Pero la ausencia de cumbres territoriales no ha significado, ni mucho menos, la radiografía de un año sin novedades. Quizá, y en todo caso, su escasez ha sido el mejor símbolo de lo movido de un año en cuestión de errores, fracasos y dimisiones. Han bajado del escenario notables actores, desde la ministra Mato a los consejeros Rodríguez y Fernández-Lasquetty, pasando por secundarios como la directora general de Salud Pública, Mercedes Vinuesa, la número dos de Sanidad en el Ministerio, Pilar Farjas, u otros actores de reparto de la sanidad como la consejera de Murcia Mª Ángeles Palacios o el ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón.

Las bajas han dejado paso a nuevas caras (Alfonso Alonso, Rafael Catalá o Catalina Lorenzo) y a otras más conocidas en el sector pero con nuevas responsabilidades (Rubén Moreno, Javier Maldonado o Javier Castrodeza). Casi todos ellos a final de año. Un final de 2014 que bien podría tildarse de frenético en el cambio de sillas y que vino fraguando su intensidad desde principios de agosto, cuando el primer infectado por ébola pisó territorio español. Nada podía hacer imaginar el maremágnum político que ese avión procedente de África desencadenaría.

Con todo, ni la potencia mediática de una crisis como la generada a raíz del contagio de la auxiliar Teresa Romero fue capaz de tumbar a Ana Mato. Golpeada en su crédito político por su insustancial presencia en la primera rueda de prensa en la que se confirmó oficialmente el contagio, la ex ministra supo corregir el error y terminó obteniendo el mejor de los logros: que España volviera a estar libre de ébola sin ninguna otra infección más y con la vida de la auxiliar a salvo. Fue la crisis más dura que superó, pero no la única: en lo estrictamente sanitario, Mato mostró entereza, capacidad de aguante y, lo más importante, sentido de la oportunidad y de la corrección. Otra historia fue Gürtel, aunque, como ya se ha dicho, la sanidad ha dejado de ser ese sector ensimismado y hasta ignorado por el resto de la sociedad para convertirse en un foco de atención permanente. Y claro, esta nueva consideración también termina afectando a sus ministros.

Pero antes de este momento crucial que es la dimisión de toda una ministra, la sanidad tampoco estuvo parada. Enero comenzó fuerte, con un sonoro fracaso: el de la externalización de hospitales y centros de salud en la Comunidad de Madrid. El ambicioso proyecto se llevó por delante un consejero y dio a luz a un movimiento, la marea blanca, que ha unido como nunca antes la contestación profesional y social a una misma política.

Es evidente que, un año después, nadie en la Comunidad de Madrid quiere oír hablar de externalización ni de colaboración público-privada ni de reforma de la sanidad. Ni los pacientes, ni los profesionales, ni la oposición y seguramente menos que ninguno el actual Gobierno regional. Es lógico pensar que el sector debe procurar restañar heridas, recuperar consensos y encarar una nueva vía para intentar mejorar el sistema. Pero no lo es menos el considerar que apostar sin más por una sanidad exclusivamente pública no es una solución, ni recomendable ni seguramente factible. El acierto de Lasquetty, que casi nadie le reconoce aún, fue apostar a fondo por un modelo de gestión que está dando buenos resultados en otros sitios y que, aquí en Madrid, podría haber supuesto un soplo de aire fresco a un sistema excesivamente rígido, burocratizado y sin apenas margen de mejora. Puede que aún no la tenga entre sus prioridades, pero el consejero Maldonado, tarde o temprano, deberá dar una respuesta a cómo cree que se deben gestionar los centros sanitarios. Y por el bien de la sanidad, deberá ser más temprano que tarde.

Otros renuncios siguieron al de Madrid, como la no implantación de los copagos hospitalarios (aún en el aire) y de transporte sanitario no urgente (retirado), la fábrica de vacunas con la que Rovi dejó en la estacada a miles de granadinos o la aventura bancaria del Sefaco con la que Fernando Redondo ha soliviantado a los colegios de farmacéuticos y ha dejado a la altura del betún la imagen de una patronal seria y prestigiosa como lo era FEFE hasta su llegada.

Sin embargo, de los errores nacen las oportunidades de cambio que levantan el telón de 2015 con un escenario totalmente renovado en lo que a protagonistas se refiere y con decenas de retos que apremian a ser cumplidos antes de las elecciones de mayo y noviembre.

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