EDITORIAL
Otros artículos de Editorial

4 feb. 2016 11:35H
SE LEE EN 5 minutos
El próximo 18 de febrero los cerca de cuarenta mil facultativos madrileños tienen la oportunidad de que la institución que los representa, el Colegio de Médicos de Madrid (Icomem), entre de una vez por todas en una época moderna, de transparencia, de luz, y deje las tinieblas de los últimos 16 años, en los que la corporación ha estado envuelta en guerras internas que poco importan al médico de a pie y que han servido para devastar la imagen colegial. Tanto alboroto y tanto ‘y tú más’ de estos años atrás solo han conseguido alejar aún más al colegiado de lo que sucedía en la sede de la Calle de Santa Isabel.

Así, llegados a este punto, por lo que se ha podido escuchar a los cuatro candidatos en el debate organizado por Sanitaria 2000, el colegiado tiene dos caminos: o perpetuar el colegio en la impugnación, la denuncia, la descalificación y la pelea, o pasar página, mirar al futuro y tratar de partir de cero para conseguir un Icomem diferente, que ejerza definitivamente el liderazgo que le corresponde dentro del panorama nacional.

Esas son las dos alternativas, según han puesto sobre la mesa de este debate los propios candidatos; de un lado, la vicepresidenta saliente Ana Sánchez Atrio y el exvocal Miguel Ángel Sánchez Chillón, inmersos desde las elecciones de 2012 en un fuego cruzado que ha impedido un avance real en los temas que importan al médico. De otro, Guillermo Sierra y Juan Abarca, con la intención de hacer borrón y cuenta nueva, seguros como están de que estos asuntos turbulentos impiden al colegio entrar en el siglo XXI (ya lleva 16 años de retraso, según ellos y el calendario).

Es cierto que Atrio arrastra además su enfrentamiento casi personal con la presidenta saliente, Sonia López Arribas, que ha mermado notablemente su imagen pública. Aun así, hay que reconocerle el mérito de haber liderado en condiciones muy precarias una junta directiva descabezada.

Por su parte, la historia de Sánchez Chillón está más anclada todavía en el pasado y en las revanchas. Fue vocal de Atención Primaria en el peor mandato de Juliana Fariña, de 2008 a 2012, y desde entonces, como si fuera un moderno Quijote, ve gigantes donde solo hay molinos. Seguro que su intención también es buena, como la de los otros tres candidatos, pero da la sensación de que su oportunidad pasó y que el rencor que lleva acumulado haría que su triunfo fuera el de alguien con cuentas pendientes por saldar, más que el de un presidente de todos.

Abarca y Sierra, claro está, llegan con sus respectivos pasados, pero lo bueno que tienen es que su contador como directivos del Colegio de Médicos de Madrid está a cero, y las ideas –que pueden funcionar o fracasar- no surgen del ambiente enrarecido que ha dominado la corporación en la última década.

A Juan Abarca, que está concentrando buena parte de los ataques de la carrera electoral, le acusan sus rivales de ser el candidato de la privada, de ser empresario, de invertir en la campaña electoral, y él afirma con naturalidad que sí, que viene de poner en valor lo que hace la privada, que su familia posee hospitales y que está gastando su dinero porque de otra forma no puede llegar a los colegiados (parece que los listados no están a disposición de todos los candidatos), y esgrime que quiere ofrecer al colegio esos años acumulados de experiencia en la gestión, rodeado de un equipo experto en cada uno de los ámbitos. Al menos llega exento de complejos, que eso también es un avance respecto a lo visto hasta el momento.

Finalmente Guillermo Sierra, que se presentó en 2008 y 2012 contra Juliana Fariña y Sonia López Arribas, lleva el aval principal de los buenos cuatro años que tuvo al frente de la Organización Médica Colegial (OMC), a comienzos de la década anterior. Fue un presidente de todos, expulsado en las urnas por intereses no profesionales dentro de aquella asamblea tan condicionada que le tocó sufrir. Al final el tiempo le dio la razón, y el hombre de paja que pusieron para echarle del sillón trajo un desprestigio y una zozobra a la corporación nacional que costó años superar. Seriedad, plena dedicación y una visión amplia de la vida colegial pueden ser sus mejores bazas.

Llega el momento de hacer historia, o de repetirla. En la mano del médico colegiado está si merece la pena tener un colegio útil, abierto al debate profesional, a la reflexión científica, o si no importa que siga siendo como esa televisión de fondo que emite peleas entre ‘pseudo-famosetes’, que todos proclaman que es desagradable y denigrante, pero que nadie apaga o cambia de canal. Ahora el colegiado tiene de nuevo el mando a distancia y puede elegir entre seguir escuchando otros cuatro años el runrún de las peleas de ‘Sálvame’ o hacer zapping buscando programas de calidad, como el añorado ‘La Clave’. Lo demás son excusas.

  • TAGS