La eficacia y la adherencia al tratamiento entre genéricos y de marca no es la misma, según un estudio



16 may. 2014 11:39H
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Jesús Vicioso Hoyo. Madrid

Javier Tisaire.

Javier Tisaire Sánchez, de la Unidad de Medicina Vascular de la Fundación Fundsalud, de Zaragoza, trabaja en una investigación trascendental que valorará los correctos tratamientos de los enfermos de hipertensión arterial: analiza los efectos del uso de fármacos genéricos en comparación con los de marca registrada. Y los resultados invitan a la reflexión de todos los actores implicados -administración, facultativos y pacientes-, especialmente a las puertas del Día Mundial de la Hipertensión Arterial.

¿Qué impacto tiene sobre los pacientes el uso de fármacos genéricos frente a los de marca registrada?

No es raro percibir la desconfianza de algunos pacientes frente al uso de genéricos y que está íntimamente relacionada con pérdida de eficacia de los mismos y aparición más frecuentes de eventos adversos. El hecho es que, en determinado tipo de pacientes, bien por edad, alteraciones sensoriales o educación sanitaria, se planteen problemas en el cumplimiento por el cambio frecuente en las presentaciones medicamentosas. Tanto en el color del envase, como del comprimido o cápsula ha redundado en un peor cumplimiento terapéutico y en ocasiones en errores en la toma de la medicación.  Esta pérdida de adherencia se traduce en un descenso del control de la presión arterial y otros factores de riesgo, como alertan distintas sociedades científicas.

A este respecto, ¿la eficacia y la adherencia al tratamiento para los enfermos es la misma?

La experiencia nos está diciendo que no, y por tanto debemos observar de cerca la evolución clínica de nuestros pacientes. Si no, corremos el riesgo de perder el control de los mismos y retroceder en el control de  las enfermedades vasculares después de tantos años de esfuerzo científico y coste económico.

¿Qué hay que hacer, a nivel de política sanitaria, para mejorar los tratamientos para la hipertensión arterial?

Conocer a nuestro paciente, saber estratificar su riesgo vascular que nos dirá la urgencia en la instauración de las adecuadas medidas terapéuticas. Y también conocer nuestro arsenal terapéutico. Todos los fármacos puede que desciendan las cifras de presión arterial, pero hay que llegar más allá. Individualizar el tratamiento supone un correcto diagnóstico de las comorbilidades y saber elegir el medicamento adecuado para cada tipo de paciente y patología asociada.

¿Se notan los recortes en este colectivo de pacientes?

No se trata solo de recortes, sino de conocer los recursos que disponemos y el coste-eficacia de nuestro arsenal para optimizar su aplicación, ya que podemos estar usando fármacos menos eficaces que a la larga son más onerosos para el sistema. Pienso que la crisis económica ha repercutido negativamente en la investigación y también, de forma global, en aspectos básicos, clínicos y en el desarrollo de nuevos medicamentos.

¿Cuáles son los últimos avances científicos en materia de hipertensión arterial y qué está por llegar?

En los últimos años y tras la llegada de los inhibidores directos de la renina, no han aparecido nuevos grupos terapéuticos en el arsenal farmacológico antihipertensivo. Incluso dentro de los grupos ya existentes tampoco hay moléculas novedosas. Hay algún grupo nuevo en desarrollo muy inicial. Los últimos avances están más en consonancia con la adecuación de la dosis, tanto en monoterapia como en asociaciones a dosis fija para mejorar la eficacia y la eficiencia del tratamiento antihipertensivo y, por tanto, la adeherencia al mismo, así como evaluar la cronoterapia, es decir el reparto del tratamiento a lo largo del día, para adaptarse de forma individualizada a cada paciente.

¿Y en cuanto a la innovación?

Estamos llegando a nuevas fronteras con los fármacos que ya tenemos.  Se trata de adelantarlos al daño de órgano diana, a identificar la disfunción orgánica asociada a la enfermedad vascular y por tanto a la hipertensión arterial. Lo hemos conocido muy bien en el corazón y en el riñón, pero el cerebro ha sido un gran olvidado. Los últimos trabajos que se están realizando sobre declive cognitivo puede que cambien nuestra actitud terapéutica frente a los hipertensos, tanto en el cuándo tratar como en el con qué tratar. Más allá de las cifras la hipertensión es un problema, cuyo abordaje, va a variar cuando conozcamos bien a nuestro paciente.

Hace unos años, hubo un llamamiento de expertos a la UE para que la hipertensión fuese prioridad en las agendas políticas. ¿Considera que actualmente es así? ¿Ha habido cambios en los últimos tiempos sobre esto?

Existe un esfuerzo tanto desde el ámbito médico y científico como desde la divulgación social para poner freno a esta epidemia. Queda un largo camino por hacer. La concienciación social y de los profesionales sanitarios debe traducirse en una mayor esfuerzo de educación sanitaria, mejora en los hábitos de vida y desde luego implantar tratamiento farmacológico de forma precoz y eficaz. No hay medicamento más caro que aquel que se emplea mal. La crisis socio-económica no ayuda a programas de esta envergadura pero debemos pensar que las consecuencias de una mala prevención primaria tienen una secuela personal, social y económica brutal sobre la sociedad.
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