22 ene. 2015 23:05H
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Ismael Sánchez / Imagen: Miguel Fernández de Vega.
La posibilidad es tan real, y su resultado tan contundente, que todo lo demás debería ser accesorio o sencillamente menos importante. Porque curar la hepatitis C, un escenario impensable no hace mucho, y que hoy parece al alcance, es un hecho tan memorable que el Sistema Nacional de Salud debería hacer todo lo posible por conseguirlo cuanto antes. Y a la luz de los posicionamientos de los expertos convocados por Sanitaria 2000, y pese a toda la polémica levantada en las últimas semanas, parece que así terminará siendo.

Un instante del debate celebrado en la sede de Sanitaria 2000.

“Es una oportunidad de oro, y no sólo por el coste”, ha resumido Rafael Bañares, recién nombrado portavoz clínico de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid para VHC. A juicio de Teresa Angulo, también nueva en su cargo de portavoz de Sanidad del PP en el Congreso, “las circunstancias que estamos viviendo en torno a esta enfermedad tienen que ser vistas como oportunidad, nunca como problema”. Y José Martínez Olmos, portavoz socialista, está convencido de que “es como un milagro que hay que aprovechar”.

La llave que abre casi todas las puertas es el prometido plan integral para abordar la enfermedad. Es cierto que llegará con retraso, pero hay puestas muchas esperanzas en su utilidad para conocer en detalle y a fondo el alcance del VHC en España. Porque uno de los grandes retos planteados es la cuantificación de la patología, que no terminará, ni mucho menos, con la información facilitada por las unidades hospitalarias de hepatología. Después, habrá que seguir combatiendo el infradiagnóstico y tratar de detectar todos esos casos latentes y escondidos, que también son preocupantes.

En cualquier caso, basta con comprobar la cara luminosa de Bañares o de Manuel Romero, director de la Unidad de Enfermedades del Hospital de Valme, en Sevilla, para darse cuenta de que los clínicos no dan crédito a lo que están viviendo: primero, un hecho sin parangón en la medicina, la posibilidad de erradicar una enfermedad en un lapso de tiempo extraordinariamente corto; y segundo, la atención inusitada que los políticos están prestando a un tema que no hace mucho era claramente secundario. De ahí seguramente el retraso en la elaboración del citado plan integral.

Por su parte, los políticos tratan por todos los medios de estar a la altura de la vertiginosa sucesión de los acontecimientos. Para el PP, el discurso del ministro Alonso situando el foco en la decisión clínica y minusvalorando el aspecto económico (“de dinero, ya hablaremos”, comentó en su primera comparecencia ante la Comisión de Sanidad del Congreso) ha sido toda una bendición, de la que la portavoz Angulo no se ha separado ni un milímetro, recordando además la sentencia del mismísimo presidente Rajoy: todo el que lo necesite, dispondrá de tratamiento. El PSOE ha vuelto a demostrar que, de la mano de Martínez Olmos como portavoz sanitario, sigue teniendo la responsabilidad y la visión de Estado que le otorgan sus muchos años al frente del Gobierno desde que recuperamos la democracia. Y su discurso es conciliador y constructivo, subrayando eso sí, que la autoría de la propuesta para realizar el famoso plan, es suya.

Tampoco se tira al monte UPyD. Su portavoz madrileño, Enrique Normand, está convencido de que si una innovación farmacéutica, la que sea, no es accesible, no es útil. Y pide claramente que, mientras el plan se elabora, eso no suponga una paralización de los tratamientos ya en marcha. Además de repetir una de las líneas básicas de su ideario político: que el Ministerio recupere las competencias para asegurar de verdad la equidad en el acceso a tratamientos.

En la vida civil los milagros no existen, pero si por una casualidad o sencillamente por el resultado de varias décadas de trabajo investigador, alguno sucede, como es el caso del VHC, no parece lo más apropiado ponerle peros.
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