Decía Aristóteles que “el castigo del embustero es no ser creído, aún cuando diga la verdad”. Y también dice un proverbio chino que “la primera vez que me engañes la culpa será tuya, la segunda, será mía”.

Ambas frases definen muy bien lo que siento en estos momentos como profesional de la sanidad, con mayúsculas, ante el trato que recibe por parte de la política, ésta con minúsculas. Años de ilusión, años de sacrificio, años duros, años de escuchar a los políticos grandes alabanzas y poca demostración de realidades. Siempre ha sido así, pero estos últimos años de crisis han agudizado aún más esta sensación.
Nos acercamos a mayo, un mes marcado en el calendario con citas electorales de gran trascendencia. Se vislumbra en panorama político complicado, sin claros ganadores o, por decirlo de otra forma, lleno de grandes perdedores. Unos por perder el poder, otros por no alcanzarlo, y los más por quedar a expensas de que otros hagan alianzas que les permitan “pisar moqueta”, pero cediendo en todos sus planteamientos previos.

Y llegarán de nuevo las promesas, los consabidos “cuando yo gobierne”, el manido “puedo prometer y prometo…”, etcétera. A unos les aplicaré la frase de Aristóteles, y sabiendo los embustes y mentiras, los incumplimientos y la utilización partidista de la sanidad, ya nos le creeré, aunque puedan estar diciendo la verdad. Y ese será su castigo.

A otros, no les dejaré que conviertan en cierto el proverbio chino, y no digo ya que no me engañarán por segunda vez, es que para algunos sería la tercera, cuarta… ni sé cuántas llevamos. He sentido más veces de las que recuerdo la sensación de engaño, y por fin mi reacción será la que me dicta la cabeza. No seré culpable de más engaños.

Pero, ¿qué puedo hacer ante esta situación? Reaccionar, pensar, meditar mucho el voto. Un voto que es una arma tremenda en la democracia, un voto que parece poco pero unido a miles, hacen de ellos un arma política de gran calibre. Basta ya de ver como se utiliza la sanidad para hacer política partidista, para ganar “adhesiones inquebrantables”, para comprar votos pagando con dotaciones de infraestructura sanitaria, para engañar más a los ciudadanos.

¿Utopía? Puede ser. Pero la situación de debilidad en la que se encuentran ahora los partidos políticos es nuestra mayor fuerza. No he declarado nunca mi ideología política, voto lo que me da la gana, sin problemas, pero sin publicidad. Y ahora haré lo mismo, pero diciendo alto y claro que mi voto debe ir a quién sea capaz de hablar de pacto por la sanidad, universalidad, financiación suficiente y finalista, compromiso con los pacientes y también con los profesionales, quién no utilice la Sanidad para sacar rédito político…, etcétera. Tantas cosas. Ingenuo de mí, y ¿cómo puedo asegurar esto?, ¿quién garantiza que será así?, ¿quién da certeza? Nadie. Y ello me lleva de nuevo al planteamiento inicial.

En definitiva, que no creeré al embustero, aunque me diga la verdad, para que vuelva a ser engañado. Y después de este pensamiento en alto, vuelvo a preguntarme: ¿y en mayo qué? Cada uno que se responda a sí mismo.

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