“La salud pública es el conjunto de actividades organizadas por las Administraciones públicas, con la participación de la sociedad, para prevenir la enfermedad así como para proteger, promover y recuperar la salud de las personas, tanto en el ámbito individual como en el colectivo y mediante acciones sanitarias, sectoriales y transversales” Así versa el artículo 1 de la Ley General de Salud Pública, aprobada por el Congreso de los Diputados en 2011.

Es la expresión “acciones sanitarias, sectoriales y transversales” la que hace a la Salud Pública tan especial. Es el esfuerzo conjunto de todos los agentes sociales, desde la Administración hasta los ciudadanos, pasando por profesionales de diferentes sectores, en mantener y mejorar la salud individual y colectiva.

Esta transversalidad requiere de unos profesionales propios que sean capaces de coordinar y liderar este tipo de acciones colectivas. Es por ello que la formación en Salud Pública requiere introducir sus principios y valores como elementos esenciales (equidad, salud en todas las políticas, precaución, evaluación, transparencia, integridad y seguridad), y presentar unos profesionales que sean capaces de incorporar estos principios y valores, junto a herramientas metodológicas, para liderar procesos que deberían estar más cercanos a la transformación social que a la asistencia sanitaria.

Actualmente, las competencias como especialista en Salud Pública están enmarcadas dentro de la residencia en Medicina Preventiva y Salud Pública; un programa MIR de 4 años con una parte de formación académica de máster, y el resto de años con rotaciones y estancias en diferentes centros dedicados a la Medicina Preventiva y la Salud Pública. Un programa que ya de por sí tiene muchas lagunas (formación médica exclusiva, dicotomía hospital-comunidad, falta de empuje a los determinantes sociales…), y que su futura inclusión en el tronco médico no hace sino más que empujarnos en otra dirección, dejando muchas dudas sobre su adecuación a las competencias, principios y objetivos que debe tener un profesional de la Salud Pública. Ya que las reformas en el panorama del aprendizaje formal en Salud Pública parece que no van en la dirección que muchos nos planteamos, cubrimos en parte estas necesidades mediante canales informales de aprendizaje.

Hablar de educación o aprendizaje informal en el siglo XXI es inseparable de hablar de Redes Sociales e Internet. Los principios que he interiorizado a través de las geniales entradas de Marta Carmona y Javier Padilla en el blog “medicocrítico”, los textos de actualidad en gestión sanitaria con los que Miguel Ángel Máñez me hace repensar cada día, la lectura de las necesidades de colectivos ciudadanos respecto a su salud a través de Twitter… Las Redes Sociales verdaderamente permiten que como profesional de la Salud Pública esté en contacto con otros sectores sanitarios, con economistas, con sociólogos, con politólogos, con políticos… y, en definitiva, con cualquier ciudadano con intereses en la salud. Las Redes Sociales tienen el potencial de modificar el paradigma de generación de conocimiento, y equilibrarlo hacia la balanza de las necesidades de la población.

¿Y qué facilidades nos dan las instituciones en las que trabajamos para usar estos canales informales? La verdad es que poca. Tenemos muy interiorizado que el tiempo en un centro de trabajo es exclusivamente para el trabajo, y que la formación “extra” se hace mediante cursos, jornadas… que, en muchos casos, parten de un enfoque, una metodología y unos contenidos totalmente obsoletos o no adecuados a lo que queremos en el futuro respecto a la Salud Pública; de manera que las instituciones no tienen en cuenta cuál es la formación más rentable para los profesionales, y que el tiempo dedicado al aprendizaje informal también es una inversión en futuro. Pero no sólo las instituciones sanitarias pecan en el miedo a las Redes Sociales. Hace unas semanas vimos como, tras la marcha de Miguel Ángel Máñez de la Dirección de Gestión del Complejo Hospitalario de Toledo, se publicaron noticias que achacaban la decisión al uso frecuente que Máñez hace de Twitter. Como he comentado antes, el seguimiento de la actividad de Máñez y la interacción con él podrían ser convalidados por cursos de formación continua en gestión superando en calidad a gran parte de la oferta formal.

Esto no significa que el aprendizaje informal no existiese antes de la llegada de twitter, o de la llegada misma de internet. Y tampoco significa que sea la panacea y que tener twitter va a solucionar los problemas clásicos de la comunicación y la formación continua en Salud Pública. No obstante, las posibilidades que nos ofrece el mundo 2.0 son únicas.

Tampoco significa que esté exenta de retos y dificultades: uso de Internet, abundancia y superficialidad de información, privacidad, perfiles públicos… Sin embargo, que las críticas al uso de Redes Sociales en el ámbito laboral sean exclusivamente de ámbito técnico refleja que la resistencia al cambio es el verdadero trasfondo de no facilitar el uso de canales informales de aprendizaje informales en la formación de profesionales en Salud Pública.

Si somos capaces de confiar la vida a nuestros médicos, ¿por qué no una línea libre en Internet?

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