Si se han fijado, vivimos en una economía de datos. Nuestra vida se está dirigiendo rápidamente a un lugar donde gana relevancia el análisis masivo de gran cantidad de información, gracias al cual los ordenadores pueden ver -y correlacionar- allí donde no ve la mente humana. Se llama big data y les prometo que no es otra moda más, no es una expresión bien encajada en un programa político, es la nueva meta tendencia del mundo que viene ya mismo. Una nueva forma de entender el conocimiento, aplicable lo mismo a los mercados financieros -para predecirlos- que a las relaciones sociales -con sofisticados algoritmos para encontrar pareja-, al deporte -con sistemas como el que permitió a Alemania ganar el mundial del fútbol-, a la educación individualizada,… a todo, y, como ya habrán supuesto, también a la salud. Pero, ¿por qué necesitamos en el entorno clínico este enfoque de manera urgente –más de lo que pensamos-?

Pues resulta que al tiempo que la población envejece cada vez más -y por ello tenemos más y más pacientes-, la tecnología sanitaria crece de forma exponencial, por lo que estamos generando una especie de inflación de la ciencia, por la que producimos más conocimiento del que podemos absorber. La información médica se duplica cada 5 años y hoy sabemos que los profesionales tenemos entre 4 y 6 dudas médicas por semana (el 75% de las cuales son siempre las mismas). Quizá hayan notado que, a diferencia de épocas pasadas, hoy ya no tenemos tiempo para mantenernos actualizados. Esto explica bien por qué sólo 1 de cada 5 decisiones médicas están rigurosamente basadas en la evidencia. A este fenómeno tan incómodo lo llamamos variabilidad,  sin duda uno de los peores enemigos de nuestros pacientes.

Ahora bien, la buena noticia es que cada día los distintos especialistas anotamos en nuestras historias clínicas gran cantidad de datos, que son el reflejo de nuestra forma de pensar a la hora de enfrentarnos a los problemas de los pacientes, en condiciones reales de incertidumbre. Una información muy valiosa que no está en los libros ni en las publicaciones científicas. Por eso hemos empezado a preguntarnos si esos datos que ya estaban ahí, podían ayudar a resolver el problema de la desinformación, haciendo algo similar a la jurisprudencia en el Derecho: rescatar lo aprendido en los casos previos para afrontar dudas de casos presentes en tiempo real. Generar un sistema de apoyo a la decisión médica, basado en la experiencia colectiva previa, y que haga posible aumentar la habilidad de la mente humana -que sigue siendo necesaria- con la capacidad de la computación. Estamos avanzando desde la Medicina Basada en la Evidencia, hacia un nuevo horizonte que podríamos llamar Medicina Generadora de Evidencia.

Y la buena noticia es que hoy ya tenemos la tecnología que necesitamos para hacerlo posible: historias clínicas digitales (hemos dicho adiós al papel), que además ya son interoperables, potentes motores de búsqueda y procesamiento del lenguaje natural -inteligencia artificial-

De manera que combinándolas, en breve, cualquier médico, desde cualquier consultorio, por pequeño y distante que esté, podrá tener una experiencia, que imagínense, sea similar a entrar en una habitación donde estuvieran los mejores especialistas en una materia y preguntarles su opinión colectiva sobre cualquier problema clínico. Antes de lo que creemos será rutinario consultar con la inteligencia artificial porque para estar ahí no necesitamos ordenadores perfectos, sólo lo suficiente buenos para reducir los errores que cometemos hoy. Les invito a quedarse con esta idea, porque no van a hacer más que verlo crecer.

Nuestra pasión es conseguir que todos los pacientes tengan acceso al mejor conocimiento médico posible, conscientes de que no se trata de un pequeño paso, sino un hecho disruptivo en la democratización de la situación clínica, que va cambiar por completo la forma en que entendemos la Medicina.

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